Los nativos de América Central, especialmente los aztecas, poseían un cereal precioso: el maíz, una legumbre de alto valor nutritivo: el poroto, y un fruto maravilloso: el tomate, llamado a revolucionar la historia de la pizza.
El descubrimiento de América realizado por Cristóbal Colón en 1492 influirá en las costumbres gastronómicas de todo el mundo.
En 1519 los españoles arribaron a las costas mexicanas y quedaron sorprendidos con el fruto ”tomatl”. Los aztecas lo habían descubierto en los campos de maíz, donde crecía espontáneamente. Los conquistadores lo encontraron en estado silvestre desde México hasta Perú; era un componente muy importante de la cocina de esos pueblos, utilizado en guisos, muchas veces mezclado con pimientos picantes.
La presencia del tomate en Europa, a mediados del siglo XVI, adquirió una importante difusión cuando los habitantes del reino de Nápoles, que por entonces formaba parte de los dominios del rey Carlos I de España, comenzaron a plantarlo en sus huertas. Lo llamaron, debido a su primitivo color amarillento, “pomo de oro”, pomodoro.
Después de las iniciales desconfianzas, el tomate ingresó triunfalmente en la comida italiana, y en la napolitana en particular. La pizza se benefició de manera sustancial con el aporte de este ingrediente americano.
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